Soy “unamuniana” por
casualidad . Confieso que me aterrorizaba leer a don Miguel de Unamuno, porque
eso de las nívolas y las novelas vivíparas y las ovíparas… Se me antojaba como
un tratado filosófico ilegible.
Sin embargo un día, me
encontraba delante de mi humilde biblioteca y cayó en mis manos un libro de
este autor al que tanto miedo tenía -Mmmm… Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir-. Decidí
probar.
En la primera página ya
estaba turbada, estremecida, inquietada… No tardé más de dos horas en leerlo.
No encontré nada raro. Al contrario, leí un relato fascinante y sencillo. Con
cada palabra, me hacía reflexionar, imaginar, dudar, sonreír, soñar.
Unamuno no es fácil, o eso
pensaba, pero después de ese primer encuentro leí mucho más. En cada libro me
embelesaba más. Intentaba buscar algún momento en el que alguien me dijera: -lee
a Unamuno-, y no lo encontraba. Nadie me lo había recomendado. Me lo pintaron como un escritor complicado y que
escribía tratados literarios imposibles de descifrar.
No, Unamuno no es un tratado
literario imposible de leer. Unamuno es un escritor sencillo, que trata temas
humanos, muy humanos; en sus novelas, o nívolas, cabe la duda, la envidia, el
amor, la humildad, la sencillez. Habla de tus sentimientos, y de los míos, y de
los suyos. Nos transmite sus dudas y nos hace vacilar.
Creo que lo que Miguel de
Unamuno consigue es que sean los personajes los verdaderos protagonistas de sus
obras, no importa el argumento, el tiempo, o la acción. Sólo los individuos que
la forman, sus idas y venidas constituyen la historia.
En su momento, leer a
Unamuno fue un reto, la superación de un temor. Hoy, es uno de mis autores
predilectos porque descubrí que era mentira que escribiera nívolas. Pero, ¿os
habéis planteado qué es eso?… Sólo es una literatura más cercana, más humana. Y
nadie mejor que él describe lo que es su literatura, sus nívolas:
(En verde y negrita, las partes que considero más importantes).
“- Pero ¿te
has metido a escribir una novela?
- ¿Y qué
querías que hiciese?
- ¿Y cuál es
su argumento, si se puede saber?
- Mi novela
no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se
hace él solo.
- ¿Y cómo es
eso?
- Pues mira,
un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo,
una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir
una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me
senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo
que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y
hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a
las veces su carácter será el de no tenerlo.
- Sí, como el
mío.
- No sé. Ello
irá saliendo. Yo me dejo llevar.
- ¿Y hay
psicología?, ¿descripciones?
- Lo que hay
es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que
hablen mucho, aunque no digan nada.
- Eso te lo
habrá insinuado Elena, ¿eh?
- ¿Por qué?
- Porque una
vez que me pidió una novela para matar el tiempo, recuerdo que me dijo que
tuviese mucho diálogo y muy cortado.
- Sí, cuando
en una que lee se encuentra con largas descripciones, sermones o relatos, los
salta diciendo: ¡paja!, ¡paja!, ¡paja! Para ella sólo el diálogo no es paja. Y
ya ves tú, puede muy bien repartirse un sermón en un diálogo ...
- ¿Y por qué
será esto?
- Pues porque
a la gente le gusta la conversación por la conversación misma, aunque no diga
nada. Hay quien no resiste un discurso de media hora y se está tres horas
charlando en un café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar,
del hablar roto a interrumpido.
- También a
mí el tono de discurso me carga ...
- Sí, es la
complacencia del hombre en el hablá, y en el habla viva ... Y sobre todo que
parezca que el autor no dice las cosas por sí, no nos molesta con su
personalidad, con su yo satánico. Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis
personajes lo digo yo ...
- Eso hasta
cierto punto ...
- ¿Cómo hasta
cierto punto?
- Sí, que
empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes
convenciéndote de que son ellos los que te llevan. Es muy frecuente que un
autor acabe por ser juguete de sus ficciones ...
- Tal vez,
pero el caso es que en esa novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea
como fuere.
- Pues
acabará no siendo novela.
- No, será...
será... nivola.
- Y ¿qué es
eso, qué es nivola?
- Pues le he
oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le
llevó a don Eduardo Benoit, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos
o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: Pero ¡eso no es soneto! ... No,
señor -le contestó Machado-, no es soneto, es ... sonite.
Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino... ¿cómo dije?, navilo ... nebulo,
no, no, nivola, eso es, ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que
deroga las leyes de su género ... Invento el género, al inventar un género no
es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho
diálogo!
- ¿Y cuando
un personaje se queda solo?
- Entonces
... un monólogo. Y para que parezca algo así como un diálogo invento un perro a
quien el personaje se dirige.
- ¿Sabes,
Víctor, que se me antoja que me estás inventando?
- ¡Puede
ser!”
*Miguel de Unamuno, Niebla. Cátedra, 2004. Madrid.