“porque
somos todos mortales hasta el primer beso y el segundo vaso, y eso lo sabe
cualquiera, por poco que sepa”.
Eduardo
Galeano.
Ya tenía el vaso en la mano, no había vuelta atrás . Cada vez, entraba más gente y todos llevaban su vaso. Adolfo quería salir corriendo de ese lugar.
Adolfo, siempre había sido solitario,
el resto del mundo le intimidaba. No tenía agorafobia aunque, prefería salir a
la calle cuando los demás estaban en sus casas. A él, le gustaba la soledad de
las calles vacías, aprovechaba esas
horas para hacer un poco de ejercicio, caminaba hasta un parque cercano a su
casa donde su soledad, era plena. Cuando todos dormían, él aprovechaba y salía
a correr. Corría, corría hasta que no podía más, sudaba aunque hiciera un frío
glacial. Soltada toda su ira, regresaba a su casa tranquilo, sosegado, calmado,
sereno.
Mientras los demás vivían, Adolfo se
encerraba en su apartamento, bajaba las persianas, encendía una pequeña
lamparita y cogía un buen libro y lo disfrutaba. Luego, se recostaba en el sofá
y reflexionaba sobre su lectura. Le gustaba la soledad.
Pero ahora, se encontraba en un
lugar abarrotado de gente, todos con un vaso en la mano, cada recipiente tenía
un color, Adolfo tenía el rojo. Ahora, sólo tenía que esperar a que otra persona,
que tuviera un vaso con ese tono, se acercara a él.
No habían pasado ni veinte minutos y
ya comenzaba a sentirse agobiado. Temblaba y sudaba. Aún, nadie se había
acercado a él. Lo prefería. Llevaba tanto tiempo aislado del resto del mundo
que, no sabía si sería capaz de hablar con alguien. Él no había entrado a ese
lugar lleno de gente por casualidad.
Hacía unos días que había recibido
una buena y desagradable noticia. Su tío Eusebio había fallecido y él era su
único heredero pero, en el testamento había una cláusula sólo podría disfrutar
su legado si compartía su soledad con alguien. Al enterarse de la noticia
decidió actuar. No podía terminar solo, amargado y pobre.
Había encontrado ese sitio por Internet y llamó su atención “con tu vaso encontrarás tu primer beso de amor”.
Sin pensárselo dos veces, salió corriendo hasta ese lugar, en la entrada le
preguntaron el nombre y le dieron el vaso rojo cargado de whisky.
Mientras se arrepentía de estar ahí,
vio a una mujer con un vaso rojo. Comenzó a sudar más, a sentir escalofríos y
ganas de huir. Estaba angustiado, quería salir precipitadamente de ese lugar. Sus
piernas no le respondían.
La mujer del vaso rojo se acercaba a
él. Era atractiva y parecía inteligente. Se paró enfrente de él.
-Tenemos el vaso
del mismo color- soltó una tímida risa.
-Sí-
-Yo soy
Esperanza, ¿tú?-
- Adolfo-
- Y bueno…
cuéntame algo de ti ¿qué te gusta hacer?-
- Me gusta leer
y… y no sé, también me gusta hacer deporte… correr-
- A mi también
me encanta leer. Y correr me encanta, pero sólo cuando el resto duerme.
No podía ser, era perfecta, sólo
pudo esbozar una sonrisa con la que decir soy como tú. Soy solitario pero,
necesito compartir mi soledad contigo. La mujer se acercó a él y le beso. Los vasos
cayeron al suelo, se rompieron en mil pedazos. Se miraron y supieron que tenían
que salir corriendo de ese lugar. Unieron sus manos para siempre y echaron a
correr. Compartirían su soledad.
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