domingo, 8 de octubre de 2017

Insomnio, ovejitas y tú

Insomnio. Decido contar ovejas

Una

    dos

         Tres...

Me pierdo. Pienso en ti.

Empiezo a escribirte: "hola".

Lo borro. Las tres de la madrugada, demasiado tarde.

Vuelvo a las ovejas

Cuatro

          Cinco

                   Seis...

Me pierdo. Tú otra vez. Recuerdo un beso. Rehuyo, no quiero pensar en ti. Las ovejas

Siete

       Ocho

                Nueve

Me vuelvo a perder. Vuelves a mi cabeza. Me abrazas, me besas. Cierro los ojos. Me centro en las ovejas

Diez

     Once

             Doce

Inútil. Tú de nuevo. No puedo dejar de pensar en ti. Abatida me rindo a tu recuerdo. Cierro los ojos. Te sueño. Recuerdo.

Tan sólo soy yo...

Tristes versos que claman

alegrías.

Mentiras fútiles que piden

verdades.

Suspiros que  ansían

besos.

Palabras calladas que requieren

atención.

Miradas incesantes que ansían

caricias.

Roces sutiles que aspiran

a más.

Y al final, tan sólo soy yo que clama tu atención.

domingo, 6 de agosto de 2017

CANTÁBRICA

A todas las hermanas se las llevaron las olas. A Paula, la hermana mayor, las olas la arrastraron hasta Argentina. Se fue con dieciséis y no volvió a pisar Finisterre nunca. El viento arrastró a Carmen, la mediana, hasta las piedras de un acantilado. Allí, mientras perseguía quimeras extraídas de novelas rosas, un marinero ruso la dejó preñada antes de desvanecerse en la bruma. Carmen gritaba su nombre desde el acantilado y sólo el mar le respondía con la furia y la espuma.

Pero, fue con la pequeña con la que las olas se encendieron con destellos de luna arrancados del cielo de octubre. La Pequeña Revolución parecía haber volado, o eso decían los viejos reunidos junto al faro. La Pequeña Revolución, siempre díscola y repentina, inesperada e imparable, infrecuente y nocturna, había elegido el alba para no estar, para no asentir, para no estar presente. Ella era tanto el norte y era tanto el mar que los viejos reunidos junto al faro la llamaban simplemente “Cantábrica”, mientras respiraban su nombre enhebrado en el humo de cigarros baratos.

Los viejos reunidos junto al faro observaban atentos cómo la lancha de la guardia costera devolvía a tierra el vestido de novia blanco que habían encontrado flotando a pocas millas del puerto esa misma madrugada. Era el vestido que la Cantábrica llevaba puesto el día de su boda, el último día que la habían visto alzarse y abrazarse al viento. El último día que nadie la había visto, excepto las olas, que tiñeron el blanco del vestido con los destellos de luna arrancados del cielo de octubre. Lo que pensó, lo que sintió, lo que dijo... quizá...

“Desde que puso el anillo en mi mano quise huir. Vestida de blanco miraba al infinito, veía como mi libertad peleaba con las olas por salir. El acantilado abría un universo ante mi que nunca conocería, que nunca llegaría a contemplar. Me esperaba una vida, entre las cuatro paredes de una casa, en un pueblo en el que las pocas gentes que lo habitan saben de cada uno de tus suspiros.

La lluvia, comenzaba a ensuciar mi ropaje y madre me gritaba -niña, ven que vas a estropear el vestido- No pensé, me lancé por el acantilado.

Todos mis miedos se alejaban de mí según me acercaba a las olas. El corazón me atizaba con fuerza. La velocidad con la que caía hacía el agua era liberadora. Entré en el agua y me sentí expedita. Avancé como pude a un saliente, para agarrarme y deshacerme de la última carga que me quedaba, mi vestido de novia. Me lo quité sin pensar, y volví al mar. El sonido de las olas, el de la tormenta. Todo gritaba libertad.

No recuerdo cómo fue, creo que en algún momento debí de desmayarme. Cuando desperté estaba tumbada en el suelo de un modesto barco. Un hombre y una mujer, estaban a mi lado -muchacha, estás bien- Asentí. El hombre, me ayudó a incorporarme. Le dijo unas palabras en vasco a la mujer que no entendí. Alcé la vista y el Cantábrico se abrió liberador ante mi.”

Todos los hombres desfilaron ante el vestido de novia. Lo estudiaban buscando restos de sangre, piezas del puzzle de una historia que no conseguían armar. El padre, el novio, el primo, el maestro, el amigo, el sacerdote, el Alcalde, el héroe, el villano, el agricultor, el marino, el comerciante, el erudito, el fuerte, el extraño. Todos se presentaron ante la reliquia rescatada de las aguas, y todos interrogaban en silencio. Se preguntaban qué había faltado, qué había fallado, qué había facilitado la huida. Todos se preguntaban cuál había sido su papel en la historia.

A muchas millas de allí, tendida sobre la cubierta de un barco, la piel desnuda de la Cantábrica no pensaba en ellos. No les contenía, no les nombraba. Mientras se envolvía en una manta y pedía el favor de un viaje, la reencarnación de un trayecto a un nuevo puerto, la piel de la Cantábrica ya no respondía ante los viejos nombres. Su mirada se había entreverado con el vuelo de las gaviotas y, se preguntaba si no sería que, esta vez, el mar era La Mar, y si no sería que, esta vez, su Revolución ya no era pequeña.

Junto al faro, los viejos decían que la Cantábrica había muerto, porque si no era de ellos, si no era del pueblo y de su prometido, por muy loca que estuviese, cómo podría estar viva. El vestido podría haber sido conservado en una urna, y personas de lugares lejanos podrían haber peregrinado para observarlo y comprender, para llenar los huecos de las costuras de la mitad de sus historias, podrían haberlo venerado y odiado, podrían haberlo copiado y adquirido. Expuesto en la Plaza Mayor o en la lonja del puerto, habría enturbiado el espacio alrededor con su blanco herido de salitre. Podría, pero no. En su lugar, lo hicieron arder. Y ardió a poquitos, como arden las astillas, como arden las fotografías viejas.

Envuelta en una manta, con los poros abiertos y el aliento en vibración, el corazón galopante y el miedo que se había tornado en deseo, la Cantábrica encontró una carta de navegación y entonces supo todo lo que había que saber, resplandecientes sus propósitos con los destellos de luna arrancados del cielo de octubre...

“Viajé, viajé durante días sin destino alguno. Lo bueno del mar es que cuando cabalgas sobre él no eres de nadie, no eres de ningún lugar.
Nunca me quedaba mucho tiempo en las ciudades en las que desembocaba. No quería volver a sentirme presa, ahora era libre.
Jamás volví a saber de nadie. Tampoco quise. Viví prisionera de todos durante tanto tiempo, que preferí olvidar y vivir, tan sólo vivir.
A veces, evoco el recuerdo de mis hermanas, Me invade la felicidad, al saber que a ellas también se las llevaron las olas. ”

viernes, 16 de junio de 2017

Guerras sin sentidos

Guerras que atrapan a los hombres,
escombros, miseria.
Al otro lado,
No ven.

Gente tanteando entre cadáveres,
buscan un rostro conocido.
Al otro lado,
No ven, no tocan.

Madres desgañitándose las gargantas,
claman auxilio.
Sus hijos yacen entre sus brazos.
Al otro lado.
No ven, no tocan, no oyen.

Desagradable olor en las calles,
hedor a muerte, a sangre, a miseria,
A crueldad.
Al otro lado,
No ven, no tocan, no oyen, no huelen.

Recorren las calles, buscando alimentos,
se beben la lluvia, que no cesa.
Al otro lado,
No ven, no tocan, no oyen, no huelen, comen y beben.

Sopla un fuerte huracán,
arrasa lo ya devastado.
Pero ni el viento aterrador,
Se puede llevar la pena.
Al otro lado,
No ven, no tocan, no oyen, no huelen, comen y beben.
No sienten.