miércoles, 19 de marzo de 2014

Entra en su imaginación.

Quiero ser Adriana, he leído unas tres veces la novela, y quiero ser Adriana. Quiero ser la niña que nace a destiempo, que crea su propio universo imaginario. Quiero ser la niña a la que el unicornio se le escapa del cuadro, pero vuelve. Quiero ser la protagonista de Paraíso inhabitado, de Ana María Matute.



Porque Adri es una niña sorprendente, que imagina cosas muy bonitas. Te las enseña y te deja habitar su mundo. Lee muchos libros y te deja disfrutarlos con ella.

“Nací cuando mis padres ya no se querían”, Adriana se nos presenta, diciéndonos que había nacido a destiempo. En el seno de una familia acomodada con hermanos ya mayores, que la ignoraban. En una casa en la que los lugares de juego se convierten en espacios para el estudio, ella sabe y asume que no ha nacido en el momento adecuado “tuve el temprano conocimiento de que había nacido tarde y en el momento menos oportuno para la familia”.

Un día escucha gritar, “Zar” y entonces, le ve a él que “saltaba de un lado para otro como si tuviera alas en los pies”. Y se enamora. Juntos crean un edén único, ajeno a todo el mundo. Gavrila, entiende su mundo imaginario. Los dos hacen que el paraíso sea más idílico, increíble, fantástico.

Adriana, también, nos da de bruces con la realidad, paralelo a su mundo inventado nos presenta el mundo real, habitado por “gigantes”. Ella, pequeña e inocente, no comprende el egoísmo, la mentira y la crueldad que impera a su alrededor.

Dentro de las páginas del libro, Adriana nos transporta a un paraíso, nos da permiso para que podamos habitar con ella un mundo mágico, donde los unicornios se escapan de los cuadros.

Os podría seguir hablando de sus aventuras, de su tía Eduarda y sus ruinas, su padre, como le late el corazón la primera vez que va al cine o de Saint Maur… Pero mejor, leerlo porque el personaje de Ana María Matute,os va a dejar entrar en su imaginación y ya nunca querrás salir de ahí.

“No puedo recordar exactamente cuándo empecé a saltar de la cama y recorrer el mundo nocturno de la casa. Suponía a todos dormidos. Y lo estaban, o no estaban, o estaban en lugar muy alejado de mí. Pero la casa, no. La casa despertaba precisamente entonces.”

“... pero poco después oí la voz de Gavrila a través de la ventana cerrada. Era una voz de niño, pero tan poderosa que atravesaba cristales, cortinas, y me atrevería a decir que hasta paredes. Su forma de arrastrar y reforzar las erres la hacía aún más sonora. Yo le oía decir, mejor dicho, gritar: ¡Adrri…! ¡Adrri…!
Se me partía el corazón, así que en un descuido de Tata María abrí la ventana y temblando de frío, o quien sabe de qué, grité:
-¡Espérame, Gavrila, espérame…!
Y me esperó tanto que todavía está ahí, con su mano levantada, saludandome. En ese tiempo, en ese lugar indefinible donde se guarda lo más profundo y, quizá, lo más inexplicable de la memoria”

* Citas extraídas de Paraíso inhabitado, Ana Mª Matute; Destino, 2010 (Barcelona).

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